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JARDIEL Y RETROCESO DE ANA VARA




    A mí, fea como un demonio, contrahecha, sin gusto para vestir, pobre como una rata, y con muchos años a la chepa, se me cayeron las bragas cuando Jardiel, el del almacén, se acercó a la cinta transportadora donde selecciono tapones a destajo y, asiéndome los glúteos con sus toscas manos, me susurró acercando sus morados y repugnantes labios a los míos: "¡Vamos Retroceso!".
Con la impresión, di un respingo que me obligó a alejarme unos centímetros de la cinta transportadora, mientras los tapones pasaban y pasaban...
Jardiel me volvió a repetir:"¿Vamos, Retroceso?". Esta vez con una mueca, amago de sonrisa, mostrando seis dientes podridos alojados en una boca de la que emanaba tal hedor que, no pudiéndolo soportar, me desvanecí y caí redonda al suelo.
Los tapones seguían pasando, pasando...
Cuando volvi en mí, o sea en Retroceso, me encontré en los brazos de Jardiel que agitaba enérgicamentre sus manos para darme aire mientras me interrogaba sobre mi estado.
Al olor anterior, se sumaron los de sus trabajados sobacos y sus paseados pies. No pude más. Vomité hasta quedarme sin aliento. Vomité hasta que mis feos ojos de sapo se salieron de sus respectivos alojamientos.
Jardiel, compadecido, y para demostrarme su solidaridad, arrojó su vómito junto al mío y nuestros miserables fluidos se hicieron uno. Comprendimos en ese momento que nuestro futuro estaría fundamentado en la comunión de nuestros deshechos.
Esa misma noche, a la salida de la fábrica, Jardiel y yo copulamos como bestias irracionales intercambiando salivas, humores, orinas y excrementos ante la presencia de las ratas de la cloaca donde nos habíamos escondido que, al vernos, chillaban excitadas y enloquecidas animándose a seguir nuestro ejemplo.
Con el tiempo, nos trasladamos a vivir a la cloaca, ante la imposibilidad absoluta de pagar la hipoteca de un piso.
Con más tiempo aún, nuestros, ya de por sí espantosos cuerpos, fueron tomando forma y maneras de nuestras compañeras roedoras.
Y con más tiempo aún, nos convertimos en ratas muy grandes que ya no iban a trabajar a la fábrica.

Los genes habían hecho su trabajo.

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